01 junio 2019

Más sabe el diablo por viejo...

 
El director de Nebraska es Alexander Payne, el suyo es un cine de presupuestos modestos -y muchos beneficios-, que no encaja ni por temática, ni por enfoque, dentro de lo puramente comercial, pero su filmografía está lejos de cier­tas producciones indies que, en ocasiones, buscan con excesivo cál­culo la transgresión poco justificada, el efecto shock. Además, como él mismo dice, la mayoría de sus películas están protagonizadas por actores de primera línea.
A pesar de no ser tan políticamente correcto como el típico cine norteamericano requiere, la Academia lo ha distinguido ya en dos ocasio­nes con el Oscar al mejor guión adaptado (Entre copas y Los descendientes) aunque, se ha quedado a las puertas de conseguir la estatuilla a la mejor dirección tres veces (Entre copas, Los descendientes y Nebraska).
Nebraska narra el viaje de Woody Grant (Bruce Dern) y su hijo David (Will Forte) desde Montana a Nebraska para reclamar un inexistente premio de un millón de dólares. Resuelto a que su terco y ya poco lúcido padre quede desengañado, David accederá a acompañarlo hasta la oficina donde se cobra el boleto, cerca de la ciudad donde Woody se crió. El viaje le permitirá a David conocer a su padre, entenderlo y crear lazos con un hombre habitualmente ausente en su vida. El protagonista actúa como un Don Quijote desquiciante y su hijo como el paciente Sancho.


Por el camino pararán en el pueblo familiar para una comida y allí es donde comienza la verdadera aventura. El guion está perfectamente construido. La presentación inicial del padre y el hijo en la comisaría nos deja muy claro qué clase de personajes son. Conforme avanza la acción vamos descubriendo una galería de personajes a cada cual más auténtico a la par que miserables. Familiares incrédulos, vecinos rateros, y amigos con rencores son la fauna que encontramos en la gran parada que hacen este padre e hijo antes de ir a Nebraska. Estos personajes nos ofrecen los momentos más divertidos de la película. La cinta habla de las relaciones familiares, las contradicciones del ser humano tristemente cómicas, la tercera edad, los sueños perdidos, la vida y sus pequeños y dulces conflictos. 


El uso del blanco y negro sirve para acentuar lo bello de algo que en realidad no lo es, o que cuesta verlo. Maravillosos planos generales donde la acción se sucede perfectamente planificada en cuadro para mantener atento al espectador. El arranque ya es un ejemplo de ello, o esa secuencia llegando al final con un granero y un compresor de por medio. 

Lo negativo de Nebraska también puede ser lo positivo. Depende del espectador que seas puede que el ritmo pausado de la película te parezca excesivo o puede que la sutileza de ciertos momentos te cautive. En lo que no cabe discusión es en su excelente reparto. Se ha hablado muchísimo de la gran interpretación de Bruce Dern (Django desencadenado), pero no hay que olvidarse de esa roba planos maravillosa llamada June Squibb (A propósito de Schmidt), atentos a su secuencia en el cementerio. Tampoco podemos dejar de nombrar a Will Forte (Desmadre de padre), un actor que viene de la comedia, y que aquí demuestra que también es capaz de hacer un producto más dramático.



Nebraska es una película entrañable, sin pretensiones grandilocuentes ni mensaje moralista. Viejos amigos y enemigos, amores fallidos, una casa abandonada son partícipes en este humilde recorrido del pasado para entender el presente. La película es fundamentalmente honesta. Sin áni­mo de convencer, se empeña sobre todo en mos­trar con una mirada realista la vida gris de unos personajes. Como la vida misma la película es una tragicomedia y por eso os animo a que disfrutéis de las dos cosas, de la película, pero sobre todo de la vida.