Toni García recoge en Mata a tus ídolos un compendio de historias, vividas a lo largo de sus más de veinte años de oficio, tiempo en el que ha hecho más de tres mil entrevistas a famosos del celuloide que le han permitido recopilar muchísimas anécdotas, momentos surrealistas, hilarantes, ridículos, tensos que ahora llenan las páginas del libro.
“La tentación de convertir el libro en puro name dropping, un término inglés que retrata esa obsesión milenaria, acrecentada en el imperio de las redes sociales, por soltar nombres sin ton ni son, ha sido una rémora. Me ha sido imposible esquivarla, pero he intentado mantenerla a raya, y que cada sujeto que aparece en estas páginas tenga una razón poderosa para hacerlo”.
“No hay mejor manera de dejar de adorar a un mito que acercarte a él".Mata a tus ídolos es a la vez un libro divertido y decepcionante. Divertido porque las vivencias del autor como entrevistador de estrellas de cine y TV durante décadas son claramente entretenidas y se leen de un tirón (es un libro pequeño; unas 175 páginas con letra grande y con un cuadernillo de fotos central). Decepcionante porque da la sensación de que Toni García sólo ha mostrado la punta del iceberg. Es evidente que, tras entrevistar a más de mil actores, los recuerdos que debe conservar dan para mucho más que un puñado de anécdotas, que además por sí solas no creo que retraten fielmente a las personas que se esconden tras los personajes.
También me parece importante destacar que las referencias que se hacen de pasada a integrantes de la fauna que rodea a los festivales de cine (asistentes, publicistas, compañeros de profesión de todo pelaje, frikis diversos) deja claro que esa "trastienda" muy poco conocida es tan interesante o más que los famosos entrevistados, pero tampoco se entra de lleno en ella en el libro, limitándose a echar un vistazo.
“«El Pecador» era un chiringuito de bocadillos, situado en el Lido de Venecia. Imperial, magnífico. Buenas hamburguesas, perritos calientes, gran mozzarella, magníficos tomates. El sitio lo había bautizado Davide. Davide era el jefe de seguridad de la Mostra, o eso creo. En la sala de prensa mandaba él, y lo sé con seguridad porque lo vi echar a más de uno de esos idiotas que trabajan para programas satíricos y olvidan que hay líneas rojas. Cuando eso pasaba, Davide se ponía una dentadura falsa y se llevaba al tonto de turno, llamándole «pecador». O más bien, «pecadol». A veces añadía un «jarrl». Sí, Davide era un fanático de Chiquito de la Calzada. Había vivido unos años en España coincidiendo con el boom de Chiquito y cuando volvió a Venecia (de dónde era) había realizado una intensa labor de proselitismo. Todos los amigos de Davide hablaban como Chiquito y eran capaces de imitar sus gestos. [...] Los periodistas de otros países que no respetaban las normas de las ruedas de prensa, eran apodados «pecadores» un día sí y otro también. Un día, un crítico del rotativo británico The Guardian, me preguntó: ``What the fuck is a «pecador»?”.
"El verano de 1983, mis padres me compraron un vídeo. En realidad, fue un poco más complicado. Digamos que en el verano de 1983 no dejé de molestar hasta que mis padres me compraron un vídeo. Yo tenía doce años y un apetito voraz por el cine, que había descubierto cuando, un domingo por la mañana, mi abuela me llevó a ver una película de Los Pitufos".
“(Contexto: el autor del libro va a hacer una entrevista a Philip Seymour Hoffman por su fabulosa interpretación del fallecido escritor Truman Capote, con un periodista compañero austriaco que le recuerda a un gladiador jubilado).
- Estoy muy nervioso, yo nunca he hecho esto antes.
Intenté calmarlo con mis mejores frases de autoayuda: «No es para tanto», «Es como ir en bicicleta», «Solo es un ser humano», «En media horita lo dejamos listo», etc. Le digo que podemos preguntar por turnos: una pregunta él, otra yo.
Él no parecía muy convencido de mis argumentos, pero no dio tiempo a más porque la puerta se abrió acto seguido.
Philip Seymour Hoffman estaba sentado a una mesa rectangular de madera, de esas decimonónicas. […]
Le hago una señal al gladiador jubilado austriaco (un día deberíamos hablar de los periodistas austriacos que cubren los festivales de cine, o que los cubrían, quizás los de ahora ya son personas normales) y arranco con mi primera pregunta. El actor responde y cuando acabo le cedo el turno al austriaco. Pero él me indica que no, que siga. Así pasan diez preguntas más, hasta que me canso y le digo que pregunte él qué que ya es hora.
El hombre mira sus papeles, respira hondo y pregunta:
- ¿Se encontró usted con Truman Capote para preparar el papel?".
Lo leí en un suspiro, es divertidísimo, hacía tiempo que no me reía tanto con un libro, pero me encantaría que hubiera sido más largo y si un día este mismo autor decide explayarse un poco más en otro libro, lo leeré con mucho gusto también. Pero, para ir abriendo boca, disfrutad matando a vuestros ídolos con esta obra.
"Es casi imposible permanecer bajo la lupa y conseguir vencerla. Pocos/as lo han logrado, y los que lo han conseguido son los que nunca se bajarán del pedestal".
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